El México surrealista en la Fórmula 1
- Factory Fashion Mexico
- 26 oct
- 2 Min. de lectura
Elegancia, caos y golpes con estilo
Siempre me ha parecido entrañable la facilidad con la que los humanos confunden el glamour con la decadencia.

En México, esa confusión alcanza su punto más exquisito durante la Fórmula 1, ese ritual moderno donde los ricos celebran la velocidad, la apariencia y su propia existencia. Es como una misa barroca, pero con motores rugiendo y copas de champaña en lugar de vino consagrado.
Dicen que es un evento de “alto perfil internacional”. Tal vez. Pero debajo de la seda y las marcas, late la misma esencia del Carnaval de Veracruz: sudor, desinhibición y una coreografía de excesos que ni los frenos de un Ferrari podrían detener. Solo que aquí, en vez de comparsas, hay empresarios con mocasines italianos; en lugar de máscaras de lentejuela, relojes de oro. Y claro, el mismo guion: beber, posar y perder el control con elegancia.
Las gradas del Autódromo se convierten en pasarela y ring social. Nadie mira los autos; todos se miran entre sí, buscando quién brilla más en la pista del ego. Y entonces, inevitablemente, el orden se derrite.
En un video viral, un grupo de asistentes se golpea con fervor olímpico. Un hombre disfrazado de Juan Diego intenta separarlos; otro, con la máscara de El Santo, contempla la escena con esa calma de quien sabe que el espectáculo humano siempre termina igual: en golpes y carcajadas.
A veces pienso que México es la verdadera obra maestra del surrealismo. Un país donde el lujo y la vulgaridad bailan juntos, donde la alta sociedad se desmorona con tanto estilo que uno casi podría aplaudir.
La Fórmula 1, con toda su pompa y circo, no fue la excepción: un carnaval con gasolina premium, champaña tibia y el mismo corazón desbordado que late en cada esquina del Malecón.
Brindo por ello.
Con un trago negro, sin hielo, y con la esperanza de que el próximo año los madrazos vengan patrocinados.



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